Ese es el objetivo
de Dios, acercarse a nosotros para reconciliarnos y ofrecernos su Infinita
Misericordia para compartir con nosotros su Gloria para toda la eternidad. No
hay regalo más grande que ese. De manera que eso, aunque muchos lo ignoran, es
lo que todos buscamos afanosamente: ser feliz eternamente.
Pues, bien, esa es
la propuesta que nos trae el Hijo de Dios: ser feliz en el Reino de su Padre eternamente.
Dios, pues, actúa con con una iniciativa que sólo busca nuestro bien. En su
relación con la humanidad no tiene otra disposición sino dar siempre el primer
paso de cercanía y reconciliación. Eso explica su encarnación y su
misericordia.
Todo lo contrario
a nuestra manera de proceder. En nuestro mundo nos es casi imposible dar si
antes no recibimos. Doy para que tú me des. Nos será imposible perdonar si antes
no hemos tenido la posibilidad de vengarnos. Nuestra célebre frase de: perdono,
pero no olvido. Y nos encontramos con algo que no entra en nuestros cálculos ni
razón. Dar de forma gratuita y sin pedir nada a cambio.
No hay condiciones, ni deseos de venganza, sino gratuidad y misericordia. Sólo el tributo de la disponibilidad contrita y reconciliable. He venido, nos dice el Señor, a traer la paz y reconciliación a todos los hombres. Y en eso está su misión, no juzgar sino salvar. De modo que nuestra salvación está en creerle. Y eso está muy relacionado con permitirle que se acerque a nosotros, reconciliarnos y creer en su Palabra.
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