A veces defendemos
algunas ideas sin realmente saber con seguridad de donde las hemos tomados.
Oímos y escuchamos, pero, ¿a quién? Esa es la clave, porque la verdad no está
en aquel que dice, sino en aquel que escucha y se documenta de fuentes fidedignas
y verdaderas.
Sólo hay un
Camino, una Verdad y una Vida. Y sabemos quien ha dicho eso: «Yo
soy el Camino, la Verdad y la Vida», y esa es la
única Fuente de la que debemos beber para recorrer nuestro camino, encontrar
nuestra verdad y vivir nuestra vida. Sólo en Jesús, el Hijo de Dios Vivo,
encontraremos la luz para orientarnos y caminar en la verdad, y salvar nuestra
vida para la eternidad gozosa junto al Padre.
Por todo ello,
debemos saber de quien nos fiamos y a quien acudimos para orientarnos en el
camino de nuestra vida. Y, sobre todo, desde Jesús, y asistidos por el Espíritu
Santo – que hemos recibido en la hora de nuestro bautismo – aprender a
mirarnos, a interiorizar en nosotros mismos y descubrirnos pecadores,
imperfectos y con una enorme viga que desalojar de nuestros ojos para ver mejor
y más claro.
Porque, más que ver la mota en el ojo ajeno, debemos aplicarnos a ver la viga en el nuestro. De esa manera podríamos la del ajeno y ayudarle a disminuirla hasta el extremo de dejarla en mota. Y es que corrigiéndonos nosotros, ayudamos a que exista la posibilidad de que se corrijan otros.
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