No ha venido Jesús
a ajusticiarnos y condenarnos, sino todo lo contrario. Ha venido a redimirnos y
a pagar por nuestros pecados para, de esa manera, ganar para nosotros la redención
de nuestros pecados y reconciliación con su Padre Dios.
Un Padre, que nos
presenta como Padre nuestro e infinitamente misericordioso, y que nos llama a
recuperar nuestra dignidad de hijos, perdida por el pecado. Para esa misión
envía a su Hijo, que entregando su Vida por cada uno de los hombres, nos
dispone a recibir la Infinita Misericordia de su Padre y dignidad de hijos,
perdida por el pecado.
De ahí la gran
necesidad de considerarnos y reconocernos pecadores. Porque, sólo así podemos
encontrarnos con la Palabra y el Señor. Ese fue el caso de Mateo, al reconocerse
pecador se encontró con Jesús. Y será el caso de cada uno de nosotros cuando
demos ese paso: nos encontraremos con el Señor.
Reconocernos pecador y recurrir al Sacramento de la reconciliación nos dará esa oportunidad de encontrarnos con un Dios Padre que nos perdona y nos salva. Porque, esa será también la manera de actuar, en adelante, nosotros en nuestra vida, con misericordia. Sólo la misericordia nos salva. Y de la misma manera que nosotros la recibimos, la debemos dar.
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