El mundo, nuestro
mundo en el cual vivimos, entiende que alguien es bienaventurado cuando se gana
una lotería, bonoloto o quiniela. O, por cualquier circunstancia acumula
riqueza y poder. Sin embargo, una pequeña y sencilla reflexión nos descubre al
instante de que todo ese cúmulo de bienes son temporales y desaparecen con el
término de nuestra vida.
Luego, ¿para qué –
nos preguntamos – sirve todo eso? ¿Qué sentido tiene acumular, poseer, disponer
y disfrutar de tantos bienes si todo termina más pronto que tarde? Es verdad
que somos esclavos de la inmediatez, pero, también tenemos cabeza para pensar y
discernir que es lo más conveniente. Porque, tras la inmediatez y lo vivido de
forma placentera, egoísta e insolidaria, ¿qué nos viene?
Ser realmente Bienaventurado
está muy entroncado y relacionado con el amor. Serás Bienaventurado en la
medida de que tu amor sea derramado de manera gratuita sobre aquellos más desdichados
y desposeídos; sobre los que sufren injusticias; sobre los que lloran, son
odiados, excluidos, insultados o proscritos. Es entonces cuando, aunque en este
mundo no se vea, advierte o se note,
eres realmente Bienaventurado. Y serás tú quien verdaderamente lo note, lo
experimentes y el gozo te llene de fe, amor y esperanza. Y la paz te inunda de
gozo y felicidad.
Ejemplos tenemos a millares: ¿cómo, si no, los que han alcanzado la santidad han soportado todo eso? Multitud de mártires, de ayer y de hoy. Incluso en estos momentos en algunas partes del mundo. Hay muchos Bienaventurados que, quizás no vemos, pero que están al alcance de nuestros ojos y nos interpelan a cada momento. Y abarcan todo el espectro de nuestro mundo: político, social, misionero, familia, madres, padres, sacerdotes, seglares…etc. También, tú y yo podemos ser, por la Gracia de Dios y la acción del Espíritu Santo, Bienaventurados. Tratemos de no perder la oportunidad.
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