Se nos ha hablado
de que hemos recibido unos talentos; también de que hemos sido elegidos para
algo, pues esos talentos recibidos no debemos enterrarlos, sino darle utilidad,
y esa será nuestra misión. Ahora, ¿cómo saber nuestra misión?
La respuesta no es
concreta, pero si clara. Tu misión estará muy relacionada con los talentos
recibidos, y la encontrarás en la medida que pongas esos talentos a rodar. Nunca
enterrados; siempre en acción.
Y en esa medida
irás descubriendo lo que se te da, y lo que haces bien o regular. Y lo que
observas que sirve, ayuda a que otros sean mejores personas. Ahí están tus
talentos y para eso has sido elegido. Y no ponerlos a producir podría equivaler
a enterrarlos. Y ya conoces la respuesta del Señor a ese empleado que enterró el
talento recibido.
En muchas
ocasiones no queremos complicarnos la vida. Buscamos excusas y justificaciones
para quedarnos quietos, para no tener que esforzarnos y buscar los vericuetos y
formas de poder llegar a los demás. No se es humilde por ocultar tus talentos,
sino por darlos gratuitamente sin jactancia ni búsqueda de recompensa. Darlos
tal y como los has recibido de tu Padre Dios.
Si Dios, tu Padre, ha pensado en ti desde la eternidad, te habrá elegido para algo. Es evidente que ese algo tendrá que ver enteramente con hacer su Voluntad. Y si haces su Voluntad, estarás haciendo que los talentos que has recibido den frutos. La conclusión es bien clara: pon tus talentos a producir, y no rehúyas el esfuerzo. Recuerda que Dios, tu Padre, no te pide éxito, sino abrir tu corazón a la acción del Espíritu Santo. El éxito dependerá de Él, nunca de ti. Precisamente, es ahí donde se esconde la humildad.
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