(Mt 22,1-14) |
Tenemos una invitación mientras nuestro camino, aquí en la tierra, no termine. Una invitación a un banquete que será eterno, pero que no terminamos de creérnoslo o no nos convence. Porque nuestro corazón lo tenemos apegados a otras cosas que creemos más importantes, que nos resultan más satisfactorias de inmediato.
A pesar de negarnos, esa invitación sigue vigente. Incluso aunque nuestra condición cambie y perdamos nuestro turno en la lista del banquete. El Anfitrión sigue invitándonos con la esperanza de que decidamos aceptar. No tiene en cuenta nuestro rechazo ni nuestras justificaciones. La invitación es firme, incluso hasta en el caso de que nosotros mismos queramos borrarnos de esa lista.
Está dispuesto a que sus enviados sufran y hasta pierdan la vida en la misión de recorrer los caminos para conseguir invitados a su boda. No quiere suspenderla e invita ya hasta los que no figuraban en la lista. Todos están invitados sean de la condición que sean. Nadie tiene derecho. Se sólo por invitación, pero se exige una cierta actitud, una cierta compostura que nos reviste con el traje adecuado para poder entrar.
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