(Mt 20,1-16) |
Si de justicia se tratara, Dios es siempre justo. Todos estaríamos condenado y sin esperanza de redención. Hemos rechazado, por el pecado original, a Dios, y sin embargo nos envía a su único Hijo, entregado a una muerte de cruz, para redimirnos y obtener nuestra salvación. El Amor de nuestro Padre Dios está por encima de la justicia. Su Misericordia es infinita.
¿Cómo me atrevo a pedirle más salario por mi trabajo? ¿Acaso no he recibido yo lo justo por lo tratado? ¿Y si he recibido más, no debo también dar más, tal y cómo he recibido? ¿Tienen los últimos culpas de no haber sido llamados a hora tardía? ¿No han respondido igual que nosotros?
Todas estas preguntas suscitan interrogantes que, injertados en el Espíritu Santo, deben servirnos para reflexionar en la Voluntad de Dios. Estamos llamados a trabajar en la Viña del Señor, y aunque unos lo descubramos más tempranos y otros más tardes, todos seremos recompensados justamente. El Amor del Padre es justo y misericordioso y su sabiduría imparte justicia a cada uno de sus hijos. Nada se esconde a su justicia.
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