(Mt 22,34-40) |
Si no amas al prójimo no puedes amar a Dios. Sí, puedes proclamarlo con tu lengua, pero no lo vives con tu corazón. Por eso, aunque el primero es amar a Dios sobre todo, el segundo se hace necesario para demostrar ese amor a Dios. Es curioso, el Señor sabe relacionarnos muy bien, de tal forma que de nada vale hablar y prometer mucho si luego no lo haces vida en tu propia vida.
Y mira, al menos yo así lo veo y así lo pienso. Tu amor y el mío no serán con aquellas personas que están lejanas y a las que nunca conoceremos. Sí, es verdad que podremos ayudarles en la distancia contribuyendo y solidarizándonos con ellos, tanto económicamente como con la oración, pero los que más te señalarán son tus más próximos, los de cada día, con aquellos que convives, empezando por la familia y terminando con los que tropiezas cada día en el ir y devenir de tu acontecer diario.
La sin medida de tu amor será probada a través de esas personas, porque el amor que se nos exige es un amor sin medida, igual que con el que nos ama Jesús. ¡Claro, se nos hace difícil!, por eso descubrimos que le necesitamos, porque sin su Gracia nada podemos. De ahí que el primero es Él, y semejante a este, el segundo, sin el cual no podemos dar cumplimiento al primero. Estamos entre la espada y la pared, pero con la promesa y el compromiso del Espíritu Santo que nos acompaña, nos asiste y nos salva.
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