(Jn 4,43-54) |
La experiencia nos dice que estando harto y satisfecho no nos movemos para buscar. Tenemos lo que nos acomoda y nos satisface y, ¿para qué buscar? Teniendo salud nos busco al médico, ni tampoco valoro mucho lo que es tener salud. Vivimos despreocupados y sin preocupaciones. Sólo nos interesa satisfacer nuestros caprichos, pasiones y pasarlo bien.
Podríamos convenir que es bueno tener necesidades porque ellas nos mueven a crecer y perfeccionarnos. Quien no padece nunca valorará el sufrimiento ni sabrá lo que significa una renuncia o sacrificio. Y eso es malo para el hombre. Tratamos de esforzarnos en educar a nuestros hijos en esos valores entendiendo que son buenos y necesarios para ellos.
En la necesidad, sobre todo en la enfermedad grave, levantamos la mirada y miramos hacia el Cielo. Buscamos en el horizonte celestial la presencia de Dios y le pedimos que alivie o sane el sufrimiento y dolor que padecemos o que padece algún ser querido de nuestro entorno. La necesidad aviva y despierta nuestra fe y nos pone en camino de encontrarnos con Jesús, el Hijo de Dios vivo.
Fue precisamente lo que le ocurrió a aquel hombre que buscó a Jesús, enterado que había regresado a Galilea, por la necesidad de salvar a su hijo. Busquemos al Señor para que nos alivie y cure, pero sobre todo para que nos dé la salvación eterna.
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