sábado, 10 de octubre de 2015

DICHOSO QUIEN ES CAPAZ DE AMAR COMO AMA JESÚS

(Lc 11,27-28)


Supongo que muchos niños, concebidos y nacidos en el vientre de sus madres, no tendrán la oportunidad de oír ese piropo de "«¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!». Muchos niños que son maldecidos y asesinados simplemente porque sus progenitores no desean que vivan. Posiblemente, muchos niños que no superan esa etapa gestante de su vida serían bendiciones para ese mundo que les espera tan necesitados de corazones entregados al amor y servicio y bien de la humanidad.

El hombre tiene un problema. No escucha, y ese no escuchar incluye también la Palabra de Dios. Y quien no escucha difícilmente puede entender, y menos vivir lo que se le intenta proclamar. El problema es que el hombre se escucha a sí mismo, algunos, porque otros muchos no escuchan nada, sino vuelan sin rumbo ni orientación. Y viven según las ideas que recogen de la influencia que reciben de las fuentes de las que beben, inclinados por la debilidad de su naturaleza humana que les arrastra a sus pasiones y apetencias. Son ciegos guiados por otros ciegos. El futuro es el precipicio, porque viven en la oscuridad y derraparán un día por el tunel de la perdición.

Se ven mediatizados por sus egoísmos. Claro, sin darse cuenta se defienden de esas exigencias en lo más profundo de sus corazones que les impulsan a amar. Pero también chocan con ese otro impulso egoísta que les tira e inclina a satisfacerse y buscarse egoístamente. No se abren a la Misericordia de Dios. 

Cumplir la Voluntad de Dios según su Palabra siempre va a encontrar dificultades, tanto del punto de vista humano como intelectual o espiritual. Se necesita abajarse como niño e ingenuamente abandonar la oferta racional y humana pecadora del mundo para abrir el corazón a la Misericordia de Dios.

Y en ese cumplimiento, su Madre, María, es modelo de criatura fiel a la Voluntad del Padre, poniéndose íntegramente a la Voluntad de su Plan de salvación.

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