martes, 19 de abril de 2016

ABRE LOS OJOS Y VERÁS LA LUZ


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(Jn 10,22-30)
A nadie se le ocurre cerrar los ojos durante el día, porque el resultado todos lo sabemos: nos quedaremos a oscura sin ver nada. Pero la culpa de que eso suceda no es por causa del sol, sino de nuestra voluntad en mantener los ojos cerrados. De la misma forma, nos empeñamos en no creer en el Señor y le exigimos que nos lo diga cuando sus obras las tenemos delante de nuestros ojos.

Se necesita ser humilde y aceptar la Palabra del Señor. Sólo los humildes dejan que la Palabra entre en sus corazones y den crédito a las Obras del Señor. Sin lugar a duda que la fe es un don de Dios, pero también es verdad que sólo están en disposición de recibir la fe aquellos que son humildes y se abren a la escucha de la Palabra del Señor.

Lo que ocurre es que queremos pruebas y signos según nuestra forma de entender de nuestra razón. Queremos creer en un Dios a nuestra medida, a nuestros gustos y pensamientos. Queremos en un Dios que podamos entender y comprender, y eso es imposible, porque Dios está por encima de todos. Por eso, ser humilde, para aceptar ese misterio de Dios, es la única condición que nos da la posibilidad de recibir la Gracia de la Fe que el Señor da a todos aquellos que humildemente escuchan su Palabra.

Todos los que aceptamos su Palabra le pertenecemos y Él nos cuida y nos protege: Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».

En estos momentos de incertidumbre y de misterio, te pedimos, Señor, la Gracia de abandonarnos a tu Palabra y dóciles a ella escucharla y vivirla, auxiliado por el Espíritu Santo, para permanecer en Ti hasta el final de nuestro camino sostenidos en la fe.

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