Mt 5,20-26 |
Por eso, la ley va mucho más allá del estricto cumplimiento y se adentra en la intención del corazón. Porque, no sólo mata quien quita la vida física a otra persona, sino aquel que murmura, insulta y trata de idiota, necio o imbécil a su hermano. ¿Dónde queda nuestro perdón? ¿No rezamos el Padrenuestro? ¿Y qué decimos llegados a la petición de que nos perdonen nuestras ofensas...? ¿Habrá que perdonar, no?
No hay dudas, todo queda muy claro. Otra cosa es la dificultad que se nos presenta para perdonar. Nos será muy difícil y, es más, nosotros solos no podremos. Nuestra naturaleza está herida y no resiste al odio y al deseo de venganza. Necesitamos irremediablemente la Gracia del Señor y la fuerza del Espíritu Santo para vencernos y, desbordados de humildad, perdonar tal y como somos perdonados por el Señor.
Nuestra justicia tiene que ser mayor que la meramente humana. Los hombres tenemos una justicia que se nos escapa y que no alcanza al corazón humano. Queda coja y limitada, tal y como la practicaban los fariseos y escribas. Nuestra justicia tiene que descansar en la misericordia del Señor que entra dentro del corazón del hombre y no sólo clama por el derecho a la vida, sino al respeto, a la dignidad, a la solidaridad, al perdón, a la reconciliación, a la gratuidad e igualdad de oportunidades...etc.
Tengamos presente que la justicia del hombre queda anclada en lo meramente prescrito y se quebranta dentro del corazón mal intencionado. La mirada clavada con odio y venganza mata, y la negligencia intencionada, procurando incomodar al prójimo le está castigando y amenazando de muerte.
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