Mt 16,13-19 |
Esa es la pregunta que tengo que responder yo y también tú. ¿Quién es Jesús para mí? Sin lugar a duda tengo que contestar que Jesús para mí es el Hijo de Dios Vivo. Es el Verbo encarnado en Naturaleza humana, hecho Hombre, para revelarme la Voluntad del Padre, que no es otra sino la de salvarme y hacerme hijo suyo y partícipe de su Gloria.
Pero, dicho así, con apariencia de tanta seguridad y claridad, mi actuar no responde como a mí me gustaría. Lo digo, pero me pregunto, ¿me lo creo? Indudablemente que quiero creérmelo, pero experimento una limitación humana que no me deja sentirlo y verlo claramente. Eso, por la Gracia de Dios, me descubre mis limitaciones y cadenas que me aprisionan y que sólo me dejan el recurso de la fe. Fe que, consumada al final de mi vida, actuará como liberadora y vidente de la Luz que colma y llena plenamente.
La fe es la que salva, una fe que, en la medida que se va apoderando de ti, te lleva al compromiso del amor. Un amor que se transforma y se da. Un amor que se mira en Jesús y que se esfuerza en imitarle y que por su Gracia llega a hacer obras tan grandes como Él. Pero, a pesar de que yo mantengo mi confesión, mi fe no llega todavía a ser tan profunda y clara.
Sin embargo, me consuela en estos momentos la fe que tengo. Porque, esta fe que me mueve ahora a hacer estas mis pequeñas y pobres obras me es dada y regalada por el Señor. Posiblemente, por ahora, no merezca más, pero me siento alegre por, al menos, merecer un poquito, la que Dios quiera darme. No obstante, debo seguir perseverando, esforzándome, trabajando, orando y suplicándole y, postrado a sus pies, esperando pacientemente el don de la fe cuando Él decida dármela.
Yo, Señor, sigo diciendo desde mis limitaciones y oscuridades que Tú eres el Hijo de Dios Vivo, y me regocijo, porque sé que como a Pedro, es el Espíritu quien me ilumina para confesar públicamente esta fe. Y te pido que me fe sea fuerte y valerosa, capaz de confesarte incluso ante peligro de muerte.
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