Todo en nuestra vida está centrado en el amor. De tal forma que quien no ame queda desligado, descentrado y totalmente perdido, porque sin amor le será imposible vivir y encontrarse. Pues, hemos sido creados para amar y nuestro recorrido consiste en amar y volver al amor. Es el Amor nuestro punto de partida y la causa de nuestra existencia. Existimos por el Amor y salvados de la esclavitud del pecado por la Misericordia de Dios. Realmente, podemos clamar y cantar alabanzas al Señor porque somos unos privilegiados por su Amor y en El estamos salvados.
El salmón regresa a su punto de partida, su origen, para desobar y morir en el río que le vio nacer, y nosotros volvemos a nuestro Creador, por amor, para Vivir Eternamente. La diferencia es que somos las criaturas preferidas por el Señor. Nos quiere y nos ofrece la salvación eterna. No es para desoírlo y tomarlo a broma. Nos gugamos nuestra plena felicidad eterna.
El hombre lleva grabado en su corazón la impronta de la felicidad eterna y sin esa esperanza su vida queda sin sentido, debilitada y sin rumbo. Pierde toda su orientación y su esperanza. Queda atrapada en lo absurdo y disparatado; en lo caduco y en la muerte. Ante esta realidad, Jesús nos invita a amar y perfecciona lo dicho antiguamente: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».
Podemos observar que Jesús reforma lo antiguo. Él ahora es la Ley y le da un nuevo matiz de perfección. Habla en su propio -Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos- Nombre, revelándonos su Divinidad como Dios. Hermanos, escuchemos la Palabra de Dios y en Él pidamos la fortaleza para transformar nuestro corazón de pecado en un corazón amoroso capaz de darse por los demás.
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