No se trata de saber mucho ni de tener estudios superiores y de gran altura. Se trata de reconocerse pequeño, limitado, pecador y, desde esa humildad, experimentar que la sabiduría de los misterios de Dios nos sobrepasan y sólo con la humildad de reconocerlo y abrirse a la acción del Espíritu Santo podemos encontrar la fe necesaria para ver y creer.
Siempre, en este camino terrenal, tendremos la afilada amenaza de la duda. Quizás la fe sea el arma que Dios nos ha dejado para que con ella nos ganemos el regalo que Él nos ofrece, la salvación eterna, Un arma que entraña riesgos y peligros, pero un arma que nos abre el corazón y nos llena de gozo y de paz. Sí, necesitamos abandonarnos en el Señor y abrir nuestra mente y nuestro corazón a su Palabra. Creer que su Palabra nos salva y nos da esa felicidad que, tentados por el demonio, buscamos en otros lugares.
La soberbia y la suficiencia nos impide abrir nuestro oídos hasta la frecuencia y sintonía con la Palabra de Dios. Oímos pero no escuchamos; vemos pero no aceptamos ni queremos entender. Estamos cerrados a su Palabra y endurecidos de corazón. Nos resulta casi imposible abajarnos y hacernos niños, creer en la Palabra del Señor y abrir nuestros corazones infectados de soberbia y suficiencia.
Está delante de nosotros. Jesús es la buena Noticia de salvación, pero no le vemos como tal sino como un enemigo al que hay que eliminar porque su Palabra nos molesta. Y así sucedió en su tiempo por este mundo, y continúa sucediendo ahora. Muchos discípulos del Señor sufren rechazos y peligros de muerte y se siente perseguidos. Con mirar a nuestro derredor constatamos esa realidad.
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