Mt 20,20-28 |
Todos queremos mandar, a al menos casi todos. Quizás, muchos no buscan el mando absoluto, pero sí tener una situación privilegiada y cómoda. Una situación estable y que se ajuste a su gusto o apetencias. En ese sentido podemos todos incluirnos en ese deseo y calificativo de querer mandar. Y eso revuelve, enturbia y enardece la convivencia comunitaria de todo tipo: La religiosa, pero también la política, la ONG, la deportiva, la asociativa...etc.
Todos, como reseña el refrán, queremos más. Y ese afán humano, lógico de un corazón humano, enturbia nuestra mente y desata nuestros egoísmos, avaricias, ambiciones, soberbias... No podemos ser de otra manera. Nuestros pecados pesan mucho y nos someten. Imposible convertir nuestro corazón humano en un corazón generoso y de servicio. En un corazón semejante al de Jesús.
Por eso, Jesús, reuniendo a todos los apóstoles les dice que lo principal es servir. Es el servicio a los demás lo que te hace grande y la esclavitud a ese servicio generoso a los demás es lo que te dará la oportunidad de ser el primero. Así que, para ocupar los primeros puestos y ser notable y grande hasta pequeño y sirve y ocupando los últimos lugares, es decir, siendo el esclavo de los otros. Ese es el camino que recorrió Jesús y el que nos enseña con su testimonio de amor.
Por lo tanto, reflexiónemos sobre ese particular. Ser grande significa servir y ser de los primeros consiste en someterse a ese servicio. O, traducido de otra forma, ser el primero y grande consiste en amar como nos ama Jesús. Mire por donde se mire siempre llegar al mismo lugar, porque no hay otra manera de vivir en comunidad sino amando. Y el amor se concreta en servicio. Y descubrimos que sólo injertados en Jesús podemos dar frutos. Es decir, vivir en comunidad.
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