En el camino hacia la capilla me encontré con unos amigos de la infancia. Tal como ocurre en esos encuentros hablamos de como nos iba la vida y de como nos encontrábamos y de algunos que ya habían dejado este mundo. La salud es quizás el asunto principal en estos encuentros y de como pasa el tiempo por nuestra vida. También, la muerte está presente, porque, aunque queramos obviarla, la sentimos muy cerca y nos cuestiona todo nuestro ser. Nos asusta y tratamos de no mirarla y, mientras nos sentimos con fuerza, mirar para otro lado.
Pero, es la realidad, la muerte es nuestro destino final. Alguno decía como nos sorprendía sin avisarnos y a eso le tenía mucho miedo. Sin embargo, ninguno compartía ese deseo de esperanza de experimentar que la muerte no tiene la última palabra y que hay esperanza de vencerla. Yo, que iba camino de pasar un rato de oración con quien la ha vencido, me sorprendía de que mis amigos permanezcan, estando cerca de la muerte, con los ojos cerrados ante esta realidad. Posiblemente, la causa está en que no conocen la Palabra del Señor ni lo que nos dice cada día. Porque, precisamente hoy nos habla de lo que nos sucederá al final de los tiempos.
Todos buscan la Vida, pero se resignan al triunfo falso de la muerte porque no conocen a quien es la Vida y la Resurrección. Dios está Vivo y dentro de nosotros y Él es el Reino. Él vendrá al final de los tiempos para darnos esa Vida Eterna que nos colmará de gozo y plenitud. Pero, para ello tendremos que permanecer en Él y creer en su Palabra. Mira, hoy nos dice esto:«También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.
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