María responde al saludo de su prima Isabel, también llena de Espíritu Santo, para proclamar la grandeza del Señor. Derrama toda su fe en Aquel en quien cree y deposita, confiada, su vida. Se entrega plenamente al plan que su Dios le ha confiado y reconoce, humillada, las obras que el Poderoso ha hecho en ella.
María esboza el plan que su Hijo, años más tarde, llevará a cabo. Su Nombre es Santo y su Misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbio de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como lo había prometido a nuestros padres - en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Y lo asombroso y milagroso es que en la Vida de Jesús, el Hijo de María, tuvo lugar todas esas cosas que María, su Madre, proclama en ese momento como correspondencia al saludo recibido de su prima Isabel, madre de Juan el bautista. También, nosotros recibimos, en la hora de nuestro bautismo, al Espíritu Santo y en Él podemos realizar lo que Dios quiere de nosotros, que no es otra cosa que nuestra plena felicidad y gozo compartida en y con su Gloria eternamente. Digamos también como María, ""aquí está el esclavo del Señor, hágase en mí según tu Palabra".
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