Sin
el Señor nuestra pesca es vana. Pedro y los apóstoles lo experimentaron aquella
noche. Estaban desconcertados y casi sin esperanza. Decidieron ir a pescar.
Algo así como volver a la rutina. De alguna manera, dejando a un lado al Señor
y casi olvidándose de Él. Sí, se había aparecido dos veces, pero, al parecer
eso no era suficiente.
Igual
nos puede estar sucediendo a nosotros ahora, después de más de dos mil años.
Sí, oímos hablar de Él y del mensaje de su Buena Noticia. Incluso, asistimos a
la Eucaristía, pero ¿crecemos en conversión? Esa es la pregunta y por donde
debe ir nuestra reflexión y por donde debemos mirarnos y observarnos.
Jesús
nos conoce a fonde. Esa es la respuesta que espera de Pedro al interpelarle
tres veces. Quiere que Pedro se dé cuenta de que Él es el Señor y lo sabe todo.
Igual a nosotros, El Señor sabe de nuestras cualidades y hasta donde podemos
llegar. Quiere, únicamente, que reconozcamos nuestras limitaciones y pecados y
que, en Él, podemos liberarnos y salvarnos. Y eso, porque su Misericordia es
Infinita.
Jesús conoce nuestras dudas y lo difícil que nos resulta creer. Se ha aparecido ya dos veces. El Evangelio de hoy dice que es la tercera vez. Sabe que los apóstoles, y también nosotros hoy, necesitamos de su presencia, de su apariciones, de su cercanía y de su amor misericordioso. Y, hoy, nosotros lo tenemos mucho mejor que los apóstoles. Jesús está en el Sagrario y, de manera real y presente, en la Eucaristía. Lo podemos visitar y tomarlo como alimento cada día en la Eucaristía. Es nuestra fortaleza y nuestro alimento espiritual para eso, para perseverar en esperanza, misericordia y amor. Con Él nuestra pesca será buena y abundante. Quizás nosotros no la veamos, pero el Espíritu Santo, que nos acompaña, sabrá en qué momento recogerla.
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