Y
así tenemos que manifestarnos a los demás. Simplemente, ser lo que realmente
somos. Seres creados por Amor y para amar a imagen y semejanza de Quien nos ha
creado. Por tanto, sal y luz; luz y sal. Nuestro obrar y actuar tiene que estar
impregnado de esa luz que ilumina y esa sal que da sabor y gusto por amar. Y,
somos sal y luz, cuando actuamos en esas coordenadas de amar con el sabor de dar
gratuitamente toda nuestra sal y luz recibida.
Es lo que, precisamente, nos dice Jesús hoy en el Evangelio. Nos conoce mejor que nadie y no nos pedirá algo que nosotros no podamos dar. Sabe de la capacidad que todos tenemos de sal y luz, y de todo lo que podemos dar. Pues eso, se trata simplemente de que esa sal, que nos ha sido dada, no se corrompa, se quede desperdiciada y no dé ese sabor que nos da gozo y felicidad. Y, de igual manera, la luz que ilumina nuestra vida para derramarse en luz que alumbra el camino a los demás.
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