Desde y en la hora
de mi bautismo he recibido la visita del Espíritu Santo. Una visita para
quedarse todo el tiempo de mi vida conmigo. Una visita sin condiciones y,
quiera o no, paciente, perseverante y permanente a la puerta de mi corazón.
En mi bautizo lo
he invitado, quizás no consciente por mi temprana edad, pero, si por la
voluntad, por tradición o por fe, de mis padres. Pero, ahora ya mayor y
consciente, sigue ahí esperando que le abra la puerta de mi corazón, le deje
entrar a mi barca y le dé el timón para que Él oriente mi vida y señale el
rumbo a seguir.
Dependerá de mí, y
también de ti. ¡Está claro!, Dios ha dejado en tu mano la opción a dejarle
entrar o cerrarle la puerta. Posiblemente, tu suficiencia te lleve a cerrársela
porque piensas que no le necesitas. O, quizás, tu humildad y pequeñez te diga
que debes abrírsela para que te oriente, te revele el Amor Misericordioso de tu
Padre Dios y te enseñe la grandeza y el poder de su Amor.
No cabe ninguna duda, la llave de esa puerta está escondida detrás de tu humildad, de tu sencillez, de tu saberte pobre, pequeño y necesitado de su asistencia y poder. Sin esa humildad y sencillez no la encontrarás nunca. Descubre tu corazón de niño y déjate encontrar por el Amor Misericordioso de tu Padre Dios.
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