El envío de su
Hijo, nuestro Señor Jesús, obedece a un Plan de su Padre. Dios, nuestro Padre,
quiere anunciarnos su locura de Amor Misericordioso con todas sus criaturas y,
de manera especial, al hombre. Porque es el hombre, a quien Él únicamente ha
dado entendimiento, quien puede entenderle. Y, por eso, el Dios encarnado en
naturaleza humana viene a este mundo a anunciarnos la Buena Noticia.
Y su misión tiene
como objetivo formar un grupo de discípulos que continúen su obra en este mundo
hasta que Él decida volver. Y así lo ha anunciado y lo hará. Sabemos, por sus
mismos apóstoles, que llamados, le siguieron tal y como nos cuenta hoy el
Evangelio. Pero ¿no nos llama nuestro Padre Dios, a través de su Hijo, a todos?
Esa es la cuestión que el Evangelio de hoy nos pone sobre la mesa.
Posiblemente,
nuestro Padre no nos llame a todos a la misma misión. Ha repartido talentos y
capacidades de manera desigual y, en consecuencia, exigirá a unos más que a
otros. Y esa es la cuestión, ¿qué misión, según mis talentos y cualidades
tendré yo? Porque desde ahí Jesús también me invita al Plan evangelizador de su
Padre para que yo dé lo mejor de mí mismo y en atención a mis posibilidades y
talentos.
Esa pregunta me lleva a mí a replantearme mi vida y tratar de responder a los interrogantes que la vida me plantea. A estar vigilante, atento y siempre con la mirada levantada hacia mi Padre del Cielo en la actitud de búsqueda y de disponibilidad a dejarme guiar por la acción del Espíritu Santo.
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