No cabe ninguna
duda que por el humo se sabe donde está el fuego. Preguntarnos qué está
sucediendo será, no solo importante sino también muy necesario. El mundo trata
de distraernos – no olvidemos que es el reino del demonio – y seducirnos con
sus ofertas materiales, concupiscentes y placenteras. Quiere y busca que no
pensemos y que seamos unos meros esclavos de nuestros gustos y pasiones.
Precisamente, los
tiempos que corremos nos alertan de que el demonio está en ellos. El espíritu
globalizado desplaza al hombre tratándolo como una simple marioneta y
poniéndolo al servicio de los poderosos que persiguen ordenar el mundo a sus
caprichos y beneficios. Ellos son los que mandan y dirigen a los demás siguiendo
sus egoísmos e intereses. Y lo descubrimos, de la misma manera que los brotes
verdes en los árboles nos señalan que llega el verano, en los signos que los
tiempos nos van presentando.
Y eso lo que nos
dice Jesús en el Evangelio de hoy. Nos advierte de nuestra distracción y de no
advertir su presencia. Nos alerta a despertar y escuchar esa Buena Noticia que Él
nos trae. Nos llama la atención y empuja a preguntarnos el por qué suceden estas
cosas. Nos sacude para que salgamos del ostracismo en el que el mundo trata de
dormirnos.
Por todo ello, ¡despertemos y abramos la puerta de nuestro corazón al Espíritu Santo! Ese Espíritu Santo que ha venido a nosotros en la hora de nuestro bautismo. ¡Escuchémosle y estemos muy atento a sus impulsos dejándonos guiar por sus acciones! Él nos sacará del sueño en el que el mundo nos quiere sumir. No olvidemos que todo lo de este mundo pasará más la Palabra de Dios no pasará. Ella permanecera eternamente.
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