Son tres días de
oscuridad, de no saber qué hacer ni esperar. Son tres días de miedo, de
decepción, de silencio y casi desesperación. Pero ¿qué ha sucedido? ¿Y el
Maestro? ¿Cómo es posible que se haya dejado matar? ¿Los milagros, su poder…?
Interrogantes que sostienen la desesperación de aquellos discípulos que habían
compartido con Él esos tres hermosos y esperanzados años de anuncio, de
esperanza y de vida.
La cruz les deja
perplejos, derrotados, asustados y con la mirada puesta en este mundo. Es el
poder y la fuerza quienes mandan y todo queda sometido a eso. Y nos escondemos temerosos
de ese poder. Las mujeres que han contemplado paciente y dolorosamente los
insultos y desprecios a Jesús así como su muerte. Y han asistido a su
descendimiento de la cruz y llevado a su sepultura guardan luto. Están diríamos
como resignadas y apenadas y tristes van al sepulcro a ponerle flores y a descargar
sus desesperanzas.
¿Qué ha pasado?
Simplemente que no entendemos nada. Y todavía son muchos lo que no lo
entienden. Incrédulos a la Resurrección del Señor. Porque eso era lo que estaba
escrito, «Y al tercer día resucitará»
Y así les fue dicho pero no se enteraron. Seguramente porque no entra en nuestros
cálculos ni en nuestras cabezas que alguien pueda resucitar. Ni siquiera Aquel
que se identifica como el Hijo de Dios.
Hoy, después de más de dos mil años todo sigue igual: «Muchos no creen que Jesús, el Hijo de Dios, ha Resucitado» Y ese es el problema. Viven una vida sin esperanza que no puede nunca darles lo que todos buscan: Felicidad Eterna. Y sus cegueras es tan fuerte que está obstinados y cerrados a la fe. Tomados y sometidos por este mundo, falso y aparente de felicidad, sus corazones están endurecidos como rocas e incapaces de moverse. La única razón para vivir con esperanza y alegría, a pesar de todo el dolor que podamos padecer, es creer en Jesús y en su Resurrección. ¡Verdaderamente es el Hijo de Dios y ha Resucitado! ¡Aleluya!
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