Significa que tras
haber cumplido con nuestra deber de defender, decir la verdad y amar, incluso
al enemigo, ponemos nuestra vida plenamente libres en manos de nuestro Padre
Dios. Porque sabemos que en sus manos estamos en las mejores manos, valga la
redundancia, y seguros de que se nos dará lo mejor y más conveniente para
nuestro bien, que no será otro sino la dicha y bienaventurada vida eterna en la
Casa del Padre.
Seamos libres y vivamos en la Verdad. Una Verdad que encontraremos siguiéndole a Él que es Camino, Verdad y Vida. Un camino de pasión; una verdad que nos traerá dolor y una vida que ganaremos para la eternidad en gozo y plenitud. Y no tengamos miedo, como nos dijo San Juan Pablo II, permaneciendo en Él tendremos la fortaleza y la capacidad para soportar todas las inclemencias que nos presente el camino. Todas las adversidades y ofensas que nos ocasione decir la verdad y todos los sufrimientos y dolores que nos dé la vida. ¡Alabado sea el Señor!
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