No cabe duda de
que durante nuestra niñez somos esponjas limpias que empiezan a chupar y a
llenarse de toda el agua que les llega. Con esto quiero significar la
ingenuidad, limpieza y verdad, como cuando niños, sale de nuestro corazón y se transmite
al mundo. Sabemos que los niños son transparentes y todo en ellos es puro y
limpio. No hay nada oculto, se manifiestan como son.
Pero, también
sabemos que en la medida que crecen, sus aguas puras empiezan a enturbiarse y a
contaminarse de mentiras y apariencias. Su corazón se contamina de esas
tentaciones que les seducen el mundo, demonio y carne, y todo empieza a ser
diferente y peligroso. Volver a la raíz de la pureza es el reto que se nos
presenta y al cual debemos volver.
Se trata de volver a ser como niños, pequeños y humildes siempre en actitud de aprender y obedecer. Siempre sabiéndonos necesitados, débiles y pequeños y perdonados por la Infinita Misericordia de nuestro Padre Dios. Siempre abiertos a reconocernos pecadores y necesitados de perdón.
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