En los momentos de desánimo y de desaliento miramos hacia el cielo para encontrarnos con el SEÑOR. Es una mirada instintiva, pues se nos esconde o nos desesperamos. Cunden las tribulaciones y brotan de nuestro interior la oración de súplica y ayuda: ¡fortalece tu Iglesia, SEÑOR! ¡No dejes que la aplasten y la aniquilen!
Son los momentos de la duda, como Pedro sobre las aguas, nos percibimos hundiéndonos, asustados, inseguros. En tales circunstancias, clamamos: ¡ayudanos! ¡Y aparece la MANO del SEÑOR! A ellas nos asimos y recobramos el aliento, la esperanza y la fortaleza para continuar la marcha.
Esa es la sensación que me produce el encuentro de S.S. Benedicto XVI con la juventud en Sidney. Sabia nueva, obreros jóvenes para la mies. Esperanza de un mundo rejuvenecido y fortalecido en la fe en CRISTO el SEÑOR. ¡Hombres de poca fe!, ¿por qué dudan?
No saben que YO estoy con ustedes. Tomen, metan sus manos en mis costado y pongan sus dedos en las llagas de mis manos. ¡NO tengan miedos!, como nos decía Juan Pablo II.
Sólo recorre un sentimiento por toda mi alma al observar este próximo encuentro que se avecina: ¡es el SEÑOR, a QUIEN el viento, las aguas y todo lo que existe le obedece! ¡Es el SEÑOR que no nos abandona y llena su Iglesia de savia nueva y rejuvenecida!
Unamos todos, con una misma voz, para pedir al SEÑOR por los frutos de este encuentro, para que el mundo se llene de sal fresca y nueva que purifique los valores y busque el bien común de la persona humana. Pidamos al SEÑOR para que la fe fermente, como levadura, los ambientes de los jóvenes.
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