(Jn 1,35-42) |
No hay ninguna duda, busca aquel que tiene sed y hambre. Busca que comer, pues nadie se sienta a la mesa si no tiene sed y hambre. Sólo acuden aquellos que tienen deseos y ganas de comer. Sí, primero es el Señor quien te busca, pues ha nacido y se ha hecho Hombre para salvarte, pero te deja a ti la elección y libertad de decidir. Depende pues de ti el que decidas seguirle o no.
Santiago y Andrés no lo dudaron. Estaban ya con Juan Bautista y a una indicación suya se fueron tras Jesús. Nunca sabremos que ocurrió en aquellas horas que ellos pasaron en compañía de Jesús, pero por el gozo y el entusiasmo que desprendían podemos imaginar que vivieron algo imposible de olvidar y de no sacar a la luz de los demás. Así, Andrés buscó a su hermano Pedro y le comunicó la buena noticia de que había visto al Mesías esperado y prometido. Y Pedro también fue a conocer a Jesús.
Pidamos al Señor esa hambre y sed de buscarle, y, encontrado, no dejemos escapar esa Gracia que supone estar con Él, y que derrama en nosotros. Gracia que nos fortalece y nos inunda de fe y esperanza hasta el punto de transmitirlo a los demás.
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