(Jn 6, 52-59) |
Sabemos por propia experiencia que para vivir hay que comer. Y hemos podido crecer por los alimentos que hemos comido a lo largo de nuestra vida. Desde pequeño hemos sido alimentados, y de haberlo hecho bien o mal, nuestro desarrollo humano habrá sido malo, bueno o mejor... Se dice que el secreto de una buena vida y desarrollo es una buena alimentación.
Sin embargo, esa alimentación, necesaria para vivir, no es definitiva, porque perece y tiene sus días contados. Aquellos que comieron del mana que les dio Moisés bajado del cielo, por la Gracia de Dios, murieron, y nosotros con la comida de este mundo moriremos también, pero ahora es Jesús quien nos dice: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne
del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le
resucitaré el último día.
Jesús es nuestro verdadero alimento. Alimento que da la Vida Eterna. Pero no por el hecho de comerlo seremos eternos y salvados, sino por el esfuerzo sincero de que su Cuerpo y su Sangre nos transforme y nos ayuden a dejarnos transformar y vivir al estilo de Jesús. Vivir en el esfuerzo de ser verdad, de ser justos, de ser solidarios, de ser entregados al servicio y la caridad.
Y tomamos conciencia pronto de nuestras limitaciones, de nuestros pecados y perezas... De nuestras faltas y limitaciones que nos impiden entregarnos, perfeccionarnos, corresponder al Amor de Dios...etc. Por eso, Señor, necesitamos comer tu Cuerpo y beber tu Sangre con frecuencia y presentarnos arrepentidos de nuestros pecados de cada día.
Danos la Gracia de no desfallecer a pesar de nuestra pobre miseria y de permanecer perseverante en el esfuerzo de seguirte y crecer en sabiduría y caridad. Amén.
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