jueves, 29 de octubre de 2015

PERSECUCIONES

(Lc 13,31-35)


Hoy, tal como ayer, las persecuciones continúan, pero de manera especial y muy pronunciada, las que se realizan a los cristianos, es decir, a los seguidores de Cristo. En un mundo occidental, civilizado, abanderado con la libertad y los derechos humanos, el Mensaje de Jesús sigue perseguido.

La opción religiosa está castigada y perseguida. Hasta el punto de querer excluirla del colegio y encerrarla en la sacristía de las iglesias. Al parecer molesta mucho. Igual que le molestaba a Herodes, hijo del Herodes el grande, aquel que quiso mata a Jesús siendo niño, y que su hijo, ahora, consiguió crucificar en la Cruz.

Hoy, podemos decir, todo sigue igual. Muchos cristianos son perseguidos por el hecho de confesar su fe. Perseguido con el ridículo, con mofa y desprecio. Son considerados como sometidos y esclavos de una doctrina que consideran lavado de cerebros y ciencia ficción. Son los fariseos de nuestro tiempo que matan a niños inocentes en el vientre de sus madres, y dejan morir a muchos pueblos de hambre aparentando defender los derechos humanos, pero anteponiendo las leyes económicas y egoísmos al bien del hombre.

Pero, más todavía en el mundo oriental. Muchos huyen de sus propios pueblos porque son exterminados de permanecer en ellos. Millones de refugiados huyen, no sólo de las guerras y conflictos por el poder, sino por su fe en Jesucristo. Ser creyente en Jesús, es en oriente, estar condenado a morir.

Pero, la respuesta nos viene hoy señalada en el Evangelio: «Id a decir a ese zorro: ‘Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén».

El cristiano no se retira, y como Jesús, la Iglesia está y estará presente en todos los lugares, porque la Verdad no se puede guardar dentro del corazón como un tesoro personal para el propio disfrute, sino que explota y se propaga a y por todos los lugares. Porque el mundo ansía conocerla, aunque muchos estén cegados por la avaricia y el egoísmo.

Así nos dice Jesús: «Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».

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