(Jn 15,1-8) |
Quizás pasamos por encima de ellas sin darnos cuenta. Las leemos y no caemos en la cuenta, pero lo que dice es para estremecerse: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto».
La pregunta para la reflexión, para el que quiera seriamente reflexionar, está dicha. ¿Doy yo frutos? Hay un matiz, se trata de dar frutos, no yo sólo, sino injertado en el Señor. Porque puede ocurrirnos, y de hecho ocurre, que nos disponemos a dar frutos por nuestra cuenta y a nuestro modo. Preparamos el terreno nosotros solos; lo abonamos como creemos nosotros solos, y, posiblemente, poco o nada consultamos con el Señor. Luego, no aparecen los frutos.
No perdamos de vista que sólo en el Señor daremos frutos. A nosotros nos corresponde ser sarmientos, y quien quiera se viñador se ha pasado, y estropeará la viña. Y a todos los que den frutos, injertados en el Señor, que es la única forma de darlos, el Padre lo limpia para que, en el Hijo, siga y continúe dando más y más frutos.
La consecuencia es clara y sencilla. ¿Cómo llevo yo mi injerto en el Señor? ¿Estoy realmente enganchado a la Verdadera Viña? Porque todo dependerá de eso, y sin eso, estar enganchado en el Señor, no habrá frutos. Y si no damos frutos, el Padre lo cortará. No hay otro camino, o damos frutos, o seremos cortados. Toma el camino que quieras, pues eres momentáneamente el dueño de tu vida y puedes administrarla como te convenga y desees, pero ten en cuenta que al final responderás con tus frutos, y si no tienes buenos frutos sabes el camino que te espera.
Pidamos al Viñador que nos de la Gracia y la Sabiduría de dar frutos. Todos esos frutos que se esperan de todos nuestros talentos recibidos, y no permitamos que permanezcan enterrados y escondidos sin darlos.
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