Jn 4,5-42 |
El síntoma de tu fe es la sed que tengas de Dios. Es decir, cuando estás inquieto y las cosas de este mundo no te acaban de llenar, es posible que estés en ese camino de despertar tu se de Dios. Creo, ahora después un largo tiempo, entender lo que me pasó a mí desde joven, tener sed de Dios. Y sed, porque este mundo con todos sus placeres, seducciones y ofertas no acababan de satisfacerme plenamente. Siempre he tenido claro que beber hoy para sentir sed otra vez mañana, no es lo mejor. Porque, lo mejor es beber y quedar satisfecho plenamente para siempre.
Y por ahí empezó mi búsqueda y, a pesar de las caídas, por la Gracia de Dios, estoy hoy en el camino y la perseverancia de seguir buscándolo. Supongo que lo que yo quería era esa Agua Viva que Jesús ofreció a la samaritana. Esa Agua que da la Vida Eterna. Pues bien, es esa Agua la que busco y la que persigo, porque la que me ofrece el mundo es un agua perecedera y de nada me sirve. Por mucho que beba tendré sed siempre, y, posiblemente, más sed hasta morir de sed. La del mundo es un agua que mata y no da vida. Y yo quiero y busco un Agua que salta hasta la Vida Eterna.
Y mi sed de Vida Eterna aumenta cada día, por la Gracia de Dios, en contrapartida con la que me ofrece el mundo. Un mundo de injusticias, de mentiras, de hipocresías, de falsedades y de muerte. Un mundo donde impera la ley del más fuerte y donde la venganza y la muerte es la moneda con la que se arreglan las cosas. Un mundo donde el poder y el dinero es lo que se valora. Un mundo de sed de muerte y no de vida. Por eso, sigo al Señor y de Él quiero beber esa Agua Viva que da Vida Eterna.
Y un Agua Viva que voy experimentando en mi camino hacia Él. Un Agua Viva que experimento en mi corazón como adelanto de esa Vida Eterna a la que aspiro en la presencia y junto al Señor y en su Gloria.
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