No es cosa sencilla caminar en la fe porque creer significa caminar sin estar seguro, ni firme y llenos de miedos e inseguridades. Es, simplemente, un reto que se te presenta cada día y al que tienes que enfrentarte - valga la redundancia - con fe y esperanza. Creer es estar abierto a la acción del Espíritu Santo y a la disponibilidad de irte fiando de la Palabra de quien no puede equivocarse, del que es veraz y su Palabra es Palabra de Vida Eterna.
Creer es avanzar y crecer en la fe en la medida que tu vida entra en relación con ese Dios encarnado, Jesús, que te anuncia esa Buena Noticia que, enterrada en tu corazón, va despertando, por la Gracia de Dios y la acción del Espíritu Santo. Creer es dejarse bendecir por la acción del Espíritu y, a pesar de tus dudas y miedos, abrirte a la obediencia de Aquel que te anuncia que esto que te sucede es obra del Espíritu de Dios.
Creer, en definitiva, es no ponerte en brazos de tu razón, limitada e impotente, y sí en los brazos de un Dios todo poderoso que te ama hasta entregar a su Hijo predilecto, por amor, a una muerte de Cruz. Así creyó María, hasta el final junto a los pies de la Cruz en la que su Hijo fue crucificado. Así creyó José, aceptando la paternidad adoptiva, quizás sin entender, pero sí obediente a la Voluntad de Dios.
Y así se nos propone también a nosotros en estos momentos de turbulencias, de diferencias, incluso dentro de la misma Iglesia y en este mundo convulso y de espalda a Dios que nos está tocando vivir. Ese es el camino, a pesar de tus dudas; a pesar de tus tentaciones y apetencias, no pierdas la fe y sigue el camino que la Buena Noticia - Palabra de Dios - te propone.
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