Está por encima de nuestra capacidad el entender por qué Dios nos ama con un amor - valga la redundancia - infinito. Es inentendible para el ser humano comprender, sin merecerla, esa Infinita Misericordia de Dios, que perdonándonos todos nuestros pecados ofrece incluso su Hijo como rescate, entregando su Vida en la Cruz, como pago por nuestros pecados.
¿Cómo puede ser posible eso? Porque, no lo merecemos ni jamás podremos hacer méritos para merecerlo. Lo que si entendemos es que los apóstoles no le entendieran: (Lc 9,43b-45): En aquel tiempo, estando todos maravillados por todas las cosas que Jesús hacía, dijo a sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.
Hoy a nosotros nos ocurre exactamente lo mismo. Y, como ellos, también no alcanzamos a entenderlo. Es algo inaudito, incomprensible para nuestra mente. Y, por miedo a sus respuestas, también nosotros nos resistimos por temor a preguntarle. Sentimos que no estamos a la altura necesaria para corresponderle. Y eso nos descubre lo que realmente somos, pobres pecadores.
Reconocernos lo que realmente somos nos libera y nos lleva humildemente a ponernos en sus Manos y aceptar nuestra pobreza, nuestras limitaciones y nuestros pecados. Porque, si pensamos lo que nos ha dicho, Él ha venido a salvar a los pobres y pecadores, y en esos, al reconocernos pobres y pecadores, estamos también nosotros incluidos.
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