Lc 19,45-48 |
Ver el fondo de un estanque de agua exige aguas tranquilas y limpias. Ver el interior de tu corazón necesita silencio, transparencia y, sobre todo, el acompañamiento y asistencia del Espíritu Santo. La casa – donde se va a hablar con Dios – o templo, es un lugar en el que concurren esas condiciones y en donde, en un clima de recogimiento, silencio e intimidad en la presencia de Dios, tú y yo, y todo el que quiera puede hablar con Dios. Y, precisamente, se acude a eso.
Sucede que, también ahora en este tiempo, muchas veces se convierte en lugares de reuniones, de cuchicheo u otras distracciones que dejan esa relación y diálogo con Dios en un segundo término. Será bueno confesar que muchas veces se trata de una casa donde vamos a cumplir un precepto o ritual rutinario de nuestra inmadura fe, más que un lugar donde acudimos a hablar con nuestro Padre Dios, Posiblemente, Jesús constató esta actitud, en su caso aumentada por el tráfico mercantilista – con las víctimas de los sacrificios – que se le había dado al Templo, que actúo expulsándolos tal como narra el Evangelio.
Tratemos de ver que nuestros templos – casa donde nos encontrarnos con nuestro Padre Dios – son lugares de recogimiento y de serena y silenciosa ocasión para dialogar y escuchar a nuestro Padre.
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