Lc 2,41-52 |
Por un impulso instintivo experimentamos que siempre estamos al lado de lo pequeño, de lo humilde, indefenso y pobre. Los pequeños, los últimos son los que quieren ascender, crecer y ser primero. ¿A quién no le gustaría ser primero? Sin embargo, ese camino ascendente propone muchas preguntas que exigen respuestas y, en consecuencia, plantean también interrogantes. Pues, bien, el esfuerzo de y por responder a esos interrogantes es el camino ascendente al que la Palabra hecha carne nos invita y nos responde.
La vida es, por tanto, un camino hacia la Verdad. Una Verdad a la que sólo la Palabra puede responder e iluminar. Una Palabra que se hace carne – hombre como nosotros – y que nace en el silencio y oscuridad de la noche. Nace, no de forma brillante, grandiosa, rodeada de grandes signos y estruendos, sino, como un niño cualquiera sencillo, humilde, sin ruidos y con el anuncio a los pastores. Es decir, a los pobres y marginados que anda incluso excluidos del entorno social.
No tiene nada, eso sí, tiene unos – sencillos y humildes – pero, grandes padres, José y María. Y un corazón cercano a todos, sobre todos a los pequeños y humildes. Y, además, pasará por todas las etapas de la vida humana desde un simple bebé hasta convertirse en ese adulto y maduro Mesías – esperado por todos – que evangeliza desde y con la Palabra de su Padre Dios.
En estos días nace, a pesar de nuestras debilidades, inmadureces, soberbias y pecados, la esperanza de saber que Tú, Señor, vives y, sencillo, pequeño y humilde, estás cercano y abierto a darnos tu Infinita Misericordia y tu amor; a alumbrarnos el camino con esa Palabra que nos conduce al gozo, alegría y felicidad eterna.
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