En su ausencia ha venido el Paráclito, para asistirnos,
dirigirnos el camino, fortaleciéndonos en cada instante, cada prueba y decisión. Necesitamos, pues,
la fe y la confianza en abrir nuestro corazón de par en par a los impulsos del
Espíritu Santo. Esa es su misión desde el instante que ha bajado a nosotros en
la hora hermosa y decisiva de nuestro bautismo.
Un Espíritu Santo que nos llama a la unidad y a mantenernos todos unidos por la fe y el amor misericordioso. Un Espíritu Santo que nos convoca a seguir el mismo camino de unidad superando los rencores, las envidias, la soberbia y los egoísmos. Un Espíritu Santo que nos aúna en un mismo Espíritu para que, juntos, sigamos el Camino, la Verdad y la Vida que nos marca nuestro Señor Jesús.
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