Cuantas veces he deseado una nueva revelación, o aparición, o la novedad de un nuevo mensaje que me haga reaccionar. Cuantas veces he buscado en la vivencia de unos nuevos ejercicios espirituales o retiros el recuperar el amor primero que parece ha decaído, como los de Emaús, en mi camino.
Siempre andamos buscando, ¡y no es malo!, nuevas experiencias sin percatarnos que todo ya ha sido revelado. Para eso vino JESÚS, para decirme lo que el PADRE me ama y quiere para mí. Y para cada uno de sus hijos. No debo, pues, seguir buscando sino creer en Aquel que se ha hecho visible entre los hombres, JESÚS de Nazaret. El que lo ve a ÉL, ve al PADRE, porque ÉL lo ha dicho y tiene Palabra de Vida Eterna.
JESÚS me habla hoy a mí. Me habla en este momento, en esta cultura y en este lugar (La Iglesia). Sus Palabras son actuales, responden a mis interrogantes e inquietudes, y le dan respuesta. Debo, pues, buscar en un diálogo sincero y transparente su Voluntad, lo que quiere de mí, lo que quiere para mí, y darle respuesta en mi vida.
Y no debo angustiarme porque lo mandado está en proporción de mis fuerzas. ÉL me las dará para que pueda cumplir con lo misionado. Esa es la fe que debo tener y debo pedir, y la Iglesia me lo testimonia en la vida de muchos que lo han hecho (santos). JESÚS se hace contemporáneo mío, se acerca en mi camino hacia Emaús y me alienta hasta que mi corazón arde de pasión y entusiasmo. Luego, al calor de la mesa y la fracción del pan se me hace visible y reconocible. En la Eucaristía recobro la Luz y le reconozco.
Que nunca deje de visitarte y alimentarme
en el Pan Eucarístico, donde, TÚ, SEÑOR
te haces presente y reconocible. Amén.
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