(Lc 24,13-35) |
Sus Palabras nos dejan admirados y nos llenan de entusiasmo; sus Palabras enciende nuestro corazón y lo inunda de paz, de sosiego, de alegría y gozo pleno. ¡No te vayas, Señor, quédate con nosotros! Son palabras que salen de lo más profundo de nuestro corazón de forma espontánea. Porque ellas nos dan vida y nos llenan de esperanza.
Aquellos discípulos, camino de Emaús, iban derrotados. Ni siquiera se paraban a pensar en lo que habían oído de aquellas mujeres que habían encontrado el sepulcro vacío. Tampoco repararon en los compañeros que lo habían comprobado. Estaban resignados y vencidos por la muerte. Necesitaban verle y nadie le había visto. ¡Qué paradojas de la vida! Lo tenían delante y no lo advertían.
Jesús, que caminaba con ellos sin ser reconocido, les descubrió todo lo que dijeron los profetas sobre Él y se tenía que cumplir. Conmovidos y entusiasmados invitaron a Jesús a quedarse con ellos, y al partir y bendecir el pan y dárselos se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Jesús desapareció sin que ellos lo pudieran ver. Entonces experimentaron el ardor con que latían sus corazones y entusiasmados regresarón a Jerusalén al encuentro de los otros.
En la comunidad compartieron las experiencias de encuentro con Jesús Resucitado y se fortalecían con gozo y alegría porque el Señor estaba Vivo. ¿Tenemos nosotros esa misma experiencia?
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