miércoles, 15 de abril de 2015

SIN LA PRESENCIA DE JESÚS, EL HOMBRE ESTÁ CONDENADO

(Jn 3,16-21)


No había otro camino. El pecado había fulminado al hombre y estaba desterrado del paraíso y destinado a morir. Su fin estaba escrito. Sin embargo, la Misericordia de Dios cambió la historia del hombre: "Envió a su único Hijo, Jesús, para, no juzgar ni condenar al hombre, sino para salvarlo.

Jesús viene con esa misión. Misión asumida libremente, según la Voluntad del Padre, y por amor. Hasta el extremo de entregar la vida por cada uno de los hombres. El hombre, destinado a morir por el pecado, es rescatado y salvado por la muerte de Jesús. Muerte glorificada en la Resurrección. 

Aquellos que creen en Jesús no serán juzgados, pues quedan salvados; sin embargo, los que no creen ya están juzgados porque no han creído en el nombre del Hijo único de Dios. Todo se reduce a eso. Jesús es la Luz del mundo, y los que creen en Él buscan la Luz para que sus obras sean vistas, pues confían y en el Señor son perdonados y salvados. Sin embargo, los que no creen se refugiaran inútilmente en las tinieblas, para que sus malas obras no sean descubierta.

Jesús es la Luz del mundo, y todo el que cree en Él vivirá en la Luz y se salvará. Nuestra mayor dicha es experimentar que, a pesar de nuestra pobreza, nuestras limitaciones, nuestros pecados, Dios se nos revela en Jesús como un Padre que nos ama inmensamente y que envía a su Hijo para salvarnos.

Gracias, Dios mío, por tu amor inmerecido por todos los hombres, y, porque a pesar de eso, tu Misericordia es infinita que entregas a tu Hijo para salvarnos. Nunca lo entenderemos, porque nuestra ignorancia es tal que no podemos entenderlo. Por eso, Señor, danos la sabiduría de, al menos, perseverar en el deseo de permanecer a tu lado y creer en tu Hijo Jesús.

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