La fe no es tener poder para hace prodigios y cosas sobrenaturales. La fe no es algo que se puede adquirir y poseer. La fe es un don de Dios que lo recibes en la medida que, unido a Él, vives injertado en su Corazón y dócil a la acción del Espíritu Santo. Y Él, el Espíritu sopla donde y como quiere.
No, simplemente por la fe, se te permite hacer prodigios y milagros. Sólo, por y en la oración, el poder del Señor hace, según su Voluntad, lo que conviene y es necesario. Y eso sólo lo puede Él. Nosotros, en su Nombre, pedimos para que, por su Gracia, nuestras necesidades y problemas tengan una feliz solución, pero sólo Él sabe realmente qué necesitamos y qué nos conviene. Por eso todo está en sus Manos.
Nuestra confianza y nuestro permanecer escondido, por y con Cristo Jesús, en Dios, activa el impulso del Espíritu Santo que hace presente su acción y su poder. Y en esta relación, íntima y plena de oración, nace y se desarrolla en constante aumento nuestra fe. Sólo en, con y por el Señor, en íntima relación con su Palabra y su Vida, nuestra fe aumenta y se hace plena hasta constatarse y verificarse en la acción del Espíritu Santo.
Y es, entonces, cuando esta fe generada en la confianza íntima con el Señor mueve montañas y expulsa espíritus malignos. La fe es un don de Dios que nace en la oración de súplica, que la pide y que se abre a su Palabra, porque cree que el Señor le puede salvar. No sólo de una muerta física y ahora, sino la salvación verdadera y eterna que deseamos.
¡Oh, Señor, te pedimos para que nuestra fe no se quede sólo en nuestras palabras, sino que, por tu Gracia, te suplicamos, para que se haga vida en nosotros y crezca hasta el punto de que, por tu Poder, podamos vencer al poder del Maligno!
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