(Lc 14,12-14) |
De forma instintiva experimentamos el impulso de ponerle precio a lo que hacemos en favor de otro. Es verdad que no nos damos cuenta, pero la pregunta nos la deja caer hoy Jesús en el Evangelio: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».
Simple, pero claro y profundo. Muchos hombres y mujeres buscan rentabilizar todo lo que hacen en este mundo. Sus invitaciones y favores van encaminados a conseguir influencias y amistades que puedan abrirles puertas en momentos que lo necesiten. Jesús deja todo muy claro. Aquellos que consiguen sacarle partido y beneficios a sus obras, ya han cobrado su recompensa en este mundo.
Me viene a la cabeza cuando Jesús habla de amar a los enemigos y también la parábola del rico tonto, Lc 12, 16-21. Si se pasa bien en este mundo se habrá ya recibido la recompensa. Sí, la vida se hace difícil y dura. Invitar a los que no te pueden pagar y si ocasionar algún problema o molestia, no se entiende en este mundo. Y es que el criterio de Dios no es el de los hombres.
Todo nos ha sido regalado por Dios. No merecemos nada, ni siquiera recompensa. ¿Cómo es que buscamos merecer, cuando todo nos ha sido dado gratuitamente? Gracias, Señor, por tu Misericordia y por tu promesa esperanzadora de tu segunda venida, donde resucitaremos para el premio de tu amor con el gozo y plena felicidad eterna.
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