(Lc 13,18-21) |
La palabra amar lleva implicito hacer el bien, pues no ama quien busca su propio bien. Eso no es amar sino valerse de la apariencia del amor para conseguir beneficio en provecho propio. Está claro, el amos sólo se entiende desde el ofrecimiento gratuito y desinteresado por buscar el bien del otro. Así nos lo transmitió Jesús con su Vida y Obras.
El amor tiende a crecer, porque el bien atrae y es querido por todos. Pero, el amor, necesita tiempo, paciencia, fortaleza y esperanza. Diríamos que está sembrado y apoyado en la tierra que se abona con la paciencia de cada día, virtud apoyada a su vez en la confianza y fe en el Señor. Diríamos que también el amor necesita de la fortaleza de encajar y superar los contratiempos y los embates de las incomprensiones, las pasiones y egoísmos.
Pero, sobre todo, la esperanza de quien nos ha amado hasta el punto de enseñarnos con su Vida y Obra a saber esperar, con paciencia y fortaleza, la respuesta del hombre al amor. Incluso dándose hasta el extremo de entregar su Vida por cada uno de nosotros. Sobre esta confianza y fe apoyamos nuestra pobre y humilde paciencia, fortaleza y esperanza.
Esperanza de, a pesar de no verlos, surjan los frutos de ese amor que sólo la verdad puede construir y aflorar, hasta el punto de que todos los hombres descansen bajo su cobijo y protección. El Reino de Dios emergerá del trabajo constante, paciente y esperanzado de todos aquellos que, apoyados en el Espíritu Santo, por la Gracia de Dios, abonen la tierra de este mundo, de donde surgirá los frutos que darán paso a los valores del Reino.
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