(Lc 10,1-9) |
El Evangelio es una propuesta. Nunca una imposición. Si Dios da a Moisés los mandamientos de la Ley como mandatos a cumplir, Jesús sugiere y propone las bienaventuranzas como propuestas de gozo y felicidad. Son felices y dichosos aquellos que abren su corazón a la Palabra de Dios. Por eso, porque sabemos que tú, y también yo, buscamos la felicidad, la Buena Noticia del Evangelio es anunciada a todos los hombres sin ninguna distinción.
Hoy, Jesús designa a otros setenta y dos y los envía a la misión de proclamar su Palabra. Y surge la pregunta, ¿no estamos, tú y yo, incluidos en ese grupo? Porque en esos setenta y dos estamos incluidos todos los bautizados. Pues, por nuestro Bautismo quedamos comprometidos y configurados con Xto. Jesús, y somos sacerdotes, profetas y reyes. Y hemos recibido el Espíritu Santo. El mismo que recibió Jesús en su Bautizo.
Estamos, pues, asistidos e iluminados por la sabiduría Divina para proclamar, de Palabra y Vida, la Buena Noticia de salvación. ¿Y cómo ir? Nos lo dice Jesús, desprovisto de todo equipaje que nos impida ser luz y sal entre los hombres. El Padre nuestro, la oración que Jesús nos enseñó nos marca y nos dice como debe ser nuestra actitud en el camino. Una actitud santificante, dócil a la venida de su Reino, aceptando la Voluntad del Padre.
Una actitud de sabernos hijos necesitados que rogamos su Gracia y Misericordia. Necesitados del pan material, pero también del espiritual, para de esa forma ser fiel y capaz de servir a la proclamación de la Palabra desde la vida y el servicio.
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