Mt 15,29-37 |
Sí, no sabemos lo que puede encerrar un aparente mal cuando luego se convierte en la puerta del mayor bien. Lo expresamos con ese refrán que dice: "no hay mal que bien no tenga". También nosotros podemos atrevernos a descubrir nuestras enfermedades. Quizás hoy no necesitemos esperar al Señor, pues tenemos muy cerca hospitales y médicos que nos curan nuestras dolencias. Y eso, que nos parece un bien, y lo es, puede convertirse en un mal, si por eso escondemos nuestras otras enfermedades y no recurrimos al Señor para que nos las cure.
Me estoy refiriendo a las enfermedades del alma; me estoy refiriendo a nuestra ceguera espiritual; me estoy refiriendo a nuestra ambición; me estoy refiriendo a nuestros egoísmos, pasiones desenfrenadas y todo pecado que nos mutila y nos enferma el alma. Pero, también a enfermedades físicas que no encuentran remedio de la mano del hombre. Enfermedades que detestamos y aborrecemos, pero que son una gran oportunidad para, humildemente, acercarnos al Señor.
Y, cuando no somos nosotros los enfermos, si podemos servirnos de la enfermedad del otro para asistiéndole llevarlo y acercarlo al Señor. Porque, todo hombre experimenta necesidad y el Señor, Misericordioso y Compasivo, está atento a lo que el hombre necesita, para hablarle, aliviarle y esperanzarle a buscar la verdadera Vida que da gozo y felicidad eterna.
El Señor nos busca apasionadamente interesado en darnos y ofrecernos la salvación. Entre otras cosas porque sabe que sin Él nada podemos hacer - Jn 15, 5- pero, sin nuestra libertad siente sus Manos atadas, porque necesita de nosotros colaboración. Quiere tus panes y tus peces; quieres tus pecados para transformarlos en alimento puro y limpio que te lleve a la Vida Eterna.
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