No es nada fácil tener un corazón compasivo y llenarse de paciencia. Lo inmediato que nos viene del corazón es emitir juicio, juzgar, condenar y, posiblemente, no perdonar. Sobre todo cuando la ofensa que hemos recibido es fuerte y grande. Nos cuesta ser compasivos y no podemos perdonar. Esa es nuestra realidad contra la realidad que nos propone Jesús. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué crees tú que debemos hacer?
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».
¿Cuál ser el camino a tomar? ¿Seremos capaces de perdonar y tener compasión? Por lo que dice Jesús no nos queda más remedio. Si queremos seguirle y creemos en Él nuestro camino es el de la compasión y el perdón. Y si Él nos lo propone es porque sabe que está en nuestras manos y podemos cumplirlo. No sería justo que nos propusiera algo que estaría fuera de nuestras posibilidades.
Ahora, también debemos saber que nuestra naturaleza es frágil y muy fácil para el Maligno de engañarla. Nuestras apetencias y apetitos son muchos y con facilidad podemos quedar seducidos por las cosas de este mundo. Y eso, el Maligno lo sabe. Así trató de tentar a Jesús en el desierto, y la experiencia es que no pudo con Él. Tampoco podrá con nosotros si nos mantenemos unidos al Señor. Esa es nuestra carta y nuestro secreto, ir de la mano del Señor. Con Él venceremos a nuestras apetencias, apetitos y pecados.
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