Lc 4,16-30 |
No miremos para otro lado, ni para otros tiempos. Se trata de hoy, sí, de hoy, en este preciso momento. La Palabra de Dios se cumple en cada instante como se cumplió en aquel instante cuando sentado las dijo: Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor».
Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír».
Y en este preciso momento el Espíritu Santo sigue la acción de dirigir a la Iglesia y a sus miembros desde el primado del Papa hasta el último creyente. Es verdad que ningún profeta es bien mirado en su tierra y que nuestro corazón se deja llevar más por las apariencias que por la verdad que vive en él. Porque, nuestra semejanza con nuestro Padre Dios está impresa en nuestro corazón. Somos amor porque de Él hemos salido y por Amor hemos sido creados. Y nuestro corazón, por mucha debilidad, inclinaciones y pasiones humanas que lo arrastren, siempre deseará amar y hace el bien.
Y esa sed de amar y amar con bondad nunca dejará de latir en nuestro corazón hasta el punto de buscar al Señor y encontrarnos verdaderamente con Él. Y lo haremos cuando seamos capaces de dejarnos amar por Él y, por tanto, abrirle nuestro corazón. Entonces nacerá la fe en nosotros y nuestra sed se irá calmando en la medida que nuestra vida beba de su Palabra y se sacie de su Amor. Gracias, Señor.
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