Está claro y más cerca de lo que pensamos. Posiblemente, nosotros la hacemos más compleja y difícil y la llenamos de normas y preceptos que a veces, por no decir siempre, nos resulta una carga demasiada pesada hasta el punto de, cansados, abandonar. Con todo ello, no queremos significar que las normas, los cumplimientos sean malos o estén de más. Nada de eso, siempre que se pueda y haya fortaleza proporcional a la carga, ¡estupendo! Será siempre bueno.
Pero, ¡cuidado!, no es esa la razón principal para lo que ha venido el Señor. En el Evangelio de hoy nos lo dice claramente: (Mt 11,25-30):
En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo:
«Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a
pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido
entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al
Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar.
»Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré
descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque
mi yugo es suave y mi carga ligera».
No busquemos, por tanto, situaciones, compromisos y relaciones complicadas, complejas y difíciles de llevar a cuesta. Seamos simples, sencillos y humildes. Así se presentó el Señor y así nos quiere a cada uno de nosotros. El secreto, la clave está en la relación sencilla, sincera, verdadera, natural, descubierta con nuestro Señor Jesús. Tal y como la tiene Él con su Padre. Es una relación íntima, personal, confiada y abierta. Sin secretos y profunda e íntima. Aprendamos, pues, de Él y abramos nuestro corazón a la disponibilidad de recibir el conocimiento del Padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.