Hay momentos que las cosas de este mundo nos seducen. Nuestra naturaleza humana se siente atraida - eso nos ayuda a vivir - y seducida por todo aquello que satisface su ego y pasión. Es humano el deseo de apetitos y apetencias que pueden traicionar su integridad debido a su debilidad. Necesita sobreponerse y resistirse moderando sus apetitos, pues, de no ser así puede caer en su propia destrucción.
Jesús nos conoce y nos advierte de este peligro: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre».
Necesitamos tomar nota y poner en práctica lo que el Señor nos dice. Luchar y sobreponerse sin tregua y con perseverancia a todas estas apetencias, egoísmos y satisfacciones que, no siendo malas, no debemos dejar que nos dominen ni nos desequilibren. La moderación y el dominio de sí mismo es lo aconsejable para estar atentos, vigilantes y preparados a la venida del Señor.
¿Y cómo nos preparamos? Nos lo dice claramente el Señor, orando, frecuentando el sacramento de la penitencia o reconciliación y, por supuesto, la Eucaristía – alimento espiritual – donde nos fortalecemos para la lucha de cada día y, como nos dice Jesús, para poder estar en pie delante de Él, el Hijo del hombre.
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