La cantinela se repite una y otra vez, “todo lo que tuvo principio, también tendrá fin”. Y, a pesar de conocerlo y de oírlo repetidas veces, respondemos de forma indiferente e irresponsable. Quizás, cansados de oírla llegamos a pensar que cuando llegue el día veremos que sucede. Quizás, queremos imaginarnos que todo es un cuento o leyenda y, pasándolo bien ahora – aprovechemos lo que tenemos ahora – ya veremos cuando llegue eso que dicen llegará. De cualquier forma, nuestra respuesta es la indiferencia, cerrar los ojos y aprovechar ahora que lo estamos pasando bien. Verdaderamente, coincide con eso de que los ricos – los que lo pasan bien – les será muy difícil entrar en el reino de los cielos – Mt 19, 23 -.
Igual ocurre con las señales. Por ellas sabemos cuando está pronto al llegar los cambios de tiempo – estaciones – y al observar, por ejemplo, brotes verdes sabemos que se acerca el verano. Sin embargo, da la sensación que ante las señales de los tiempos que descubren la vida de nuestro mundo, actuamos con indiferencia y cerramos nuestros ojos y corazones. No parece interesarnos las señales que nos revelan y nos hablan del mundo en el que vivimos.
Ni siquiera nos planteamos que pasará, que hay sobre el Reino de Dios o si está o no está cerca. Nuestra propia vida tiene su tiempo y su hora, y conocemos, por los síntomas de nuestro propio cuerpo que nuestro final está cerca. ¿Nos planteamos alguna respuesta por ello? Parece que no reaccionamos. ¿Tan ciegos estamos? ¿Tan atados permanecemos a nuestras pasiones y egoísmos que somos incapaces de reaccionar? ¿Qué hay dentro de nuestras cabezas que no vemos la realidad y la cercanía de nuestro Dios? ¿Dónde miramos y buscamos? Está a nuestro lado, ¿y no le vemos?
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